Hace pocos días, el Wigan, un equipo modesto de la tercera división inglesa, venció al poderoso Manchester City de Pep Guardiola, favorito para ganar la Premier League, y lo eliminó de la copa del país. Sorpresas como ésta se producen con relativa frecuencia en eliminatorias o competiciones a partido único, y no solo en fútbol, sino también en otros deportes. Equipos, a priori, inferiores se convierten en matagigantes en los titulares de prensa. A la hora de dar una explicación a estos hechos, los medios de comunicación suelen utilizar un prisma de rendimiento, sin tener en consideración qué ocurre a nivel psicológico en los futbolistas a la hora de jugar un partido de estas características.

Tras la derrota de un gran equipo frente a otro muy inferior, surgen multitud de testimonios que buscan dar una explicación a lo que acontece con etiquetas como “falta de actitud”, “falta de compromiso” o “no querer defender el escudo”. El ser humano tiene la necesidad innata de buscar una explicación a cada cosa que le ocurre. Eso actúa como un placebo y nos deja sumamente tranquilos.

Ocurre incluso cuando la explicación aportada no tiene ni pies ni cabeza desde la perspectiva científica, porque resulta realmente difícil demostrar la “falta de actitud”: ¿Cómo la mides? ¿la justificas diciendo que un jugador no llega a realizar la presión en el momento en el que teóricamente debería? No parece algo razonable.

Guía práctica para entrenar tu mente antes, durante y después de la competición

Ahora bien, por un momento, pongámonos en la piel de un futbolista, intentemos empatizar con él y respondamos a la siguiente pregunta: ¿Desea este jugador voluntariamente mostrar una imagen negativa, a sabiendas de que eso puede perjudicar su carrera profesional? ¿Decide ese jugador exponerse a una cantidad importante de críticas y jugar sin esa supuesta actitud a sabiendas de que será juzgado por ello? La respuesta sí es sencilla: no lo desea, nadie quiere eso.

Si queremos dar una explicación desde la óptica de la psicología deportiva a la existencia de los matagigantes debemos buscarla en la teoría del equilibrio, cuyo fin último es la conservación de la energía y la búsqueda activa de la supervivencia. El ser humano dispone de un cerebro mecánicamente inteligente que, por encima de todo, busca que la persona continúe su vida. Sobre ese principio se realiza la toma de decisiones.

En el ambiente hay innumerables estímulos de todo tipo (auditivos, visuales, táctiles, internos…) que el cerebro está permanentemente analizando de forma inconsciente, de tal modo que el deportista no puede decidir voluntariamente cómo responder a ese análisis de mayor escala.

En este análisis cobran especial importancia aspectos relacionados con el estado del conjunto rival, es decir, qué rendimiento viene ofreciendo en los últimos partidos, cuál es su nivel y su competición, qué plantilla tiene, qué peligro real supone y qué amenaza puede implicar un partido contra ellos.

Ante un equipo de menor entidad, tras el análisis de la situación completa, el cerebro desactiva funciones cognitivas y comportamentales en búsqueda de un ahorro de energía porque, quizás, esa energía sea necesaria en otro momento y ante otros estímulos. En otras palabras, el cerebro guarda energía para cuando el peligro de la situación se considere real.

Este modus operandi no es nuevo ni ningún descubrimiento. De hecho, es uno de los motivos por los que el ser humano sobrevivió a la época en la que nos tocaba convivir con la naturaleza más salvaje día tras día. No olvidemos que el ser humano cuenta con un cerebro eminentemente animal. Así, por poner un ejemplo, en previsión de la posible llegada de un depredador, el cuerpo guarda la energía necesaria para que alcancemos en nuestra huida una velocidad algo mayor a la que podemos alcanzar en otra circunstancia y para que la elasticidad muscular también sea mayor. Sería la actitud adoptada por los equipos teóricamente superiores.

Por otro lado, la tendencia de los jugadores del equipo contrario, el de inferior nivel, es completamente opuesta. Siguiendo el ejemplo anterior, sus cerebros activan funcionalidades bajo una premisa: “necesitas todo lo que tengas para salir vivo de ésta”

En este escenario, podríamos pensar que todo está perdido y que no se puede trabajar contra la orden del cerebro y su principio de conservación de la energía. No es así: esta situación se puede trabajar perfectamente y es uno de los campos de actuación de la psicología deportiva.

Algunos ejemplos, que deben ser aplicados de la mano de especialistas en psicología deportiva, son el entrenamiento en autoinstrucciones y el establecimiento de metas comunes con el sistema de coste/beneficio. Vamos a esbozar cada uno de estos ejemplos:

El entrenamiento en autoinstrucciones viene definido como una anticipación mental que el sujeto debe generar en sí mismo ante una situación conflictiva antes de que se desencadene una consecuencia negativa. Dicha situación debe ser identificada, entrenada, primero, por separado, y después, de forma conjunta con la/s respuesta/s que se pretende/n dar a ese situación siguiendo las autoinstrucciones.

El establecimiento de metas viene a ser un compromiso firmado que sale tras una reunión donde deben estar: la plantilla, el equipo técnico y el psicólogo deportivo (si éste no estuviera incluido dentro del staff). En esta reunión se expone qué se quiere conseguir, qué beneficio se obtiene de conseguirlo y qué costes tiene (ya sean físicos, psicológicos, emocionales…). Todos los participantes de la reunión deben expresar su opinión y tener un peso equiparado de voz y voto. Fruto de la negociación común saldrá el establecimiento conjunto de metas.

Nuestro cerebro es plástico, lo que quiere decir que tiene capacidad de crear nuevas conexiones y romper otras que no sean adaptativas. Eso sí, necesita entrenamiento psicológico para ello. El beneficio que tiene esta preparación es una salud potencialmente mejorada y una adaptación mejor y más rápida a cada escenario posible que se presente ante el deportista.

Lo que nunca entrenas: el control de las emociones

 

 

Jose Antonio Partida Flor

Psicólogo especialista en el deporte con experiencia en fútbol y gimnasia rítmica. Experiencia con diferentes clubes de fútbol base de la provincia de Sevilla tanto a nivel de intervención en el contexto deportivo como a nivel de evaluación. Entrenador de fútbol UEFA B y segundo entrenador del equipo alevín andaluza del Club Deportivo Antonio Puerta. Apasionado del deporte y de su constante mejora en el trabajo de campo. Deportista a tiempo parcial.

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